El lenguaje y vocabulario utilizados por los autores de literatura fantástica de terror es muy diferente según su época y, sobre todo, según su ambientación y objetivo concreto.
Los autores de las primeras épocas de la literatura fantástica, escribían sus relatos en un registro culto y refinado; de hecho, el adecuado a la literatura de su tiempo.
Autores como Ernst Theodor Amadeus Hoffmann o Edgar Allan Poe, creaban sus cuentos en un lenguaje elevado, plagado de figuras poéticas y con un estilo muy romántico, expresivo y descriptivo.
Sin embargo, los autores posteriores como M. R. James o Lovecraft que llevaron la literatura de terror a las masas, utilizaron un lenguaje mucho más próximo a sus lectores, consiguiendo de este modo el gran éxito del género. También lo utilizaron para dar más verosimilitud a los personajes de sus relatos. Hacían que algunas de las personas que aparecían en sus narraciones hablaran de una forma en consonancia a su extracción social e incluso con un curioso acento según su lugar de procedencia. Lamentablemente, debido a las traducciones en que debemos leer los cuentos de estos autores, muchas de estas características habladas se pierden.
Autores como Poe y Lovecraft, que centraron gran parte de su obra en consagrar la corrupción de los seres vivos y la morbosidad de la podredumbre en categorías estéticas sobre las que escribir, utilizaron un vocabulario muy específico para describir de forma macabra y efectiva la impresión de la podredumbre y la descomposición. Podemos observar este desarrollo del vocabulario en cuentos como «El extraño caso del señor Valdemar» de Poe, en el que se narra la inmediata descomposición del cuerpo del pobre Valdemar:
«Cuando efectuaba yo los pases magnéticos, entre gritos de «¡Muerto, muerto!», que hacían por completo explosión sobre la lengua, y no sobre los labios del paciente, su cuerpo entero, de pronto, en el espacio de un solo minuto, o incluso en menos tiempo, se contrajo, se desmenuzó, se pudrió terminantemente bajo mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, yacía una masa casi líquida de repugnante, de aborrecible podredumbre».
Otro importante característica del vocabulario usado es aquél que nos transmite un dolor que casi podemos sentir en nuestro cuerpo. Las torturas narradas en cuentos de Poe o en El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki, ofrecen una estremecedora visión de las capacidad humana para infligir dolor a sus semejantes. Veamos un ejemplo de esta última obra, primera novela fantástica de la historia. El fragmento ha sido extraído del estudio de Tzvetan Todorov. Se debe advertir que no es algo adecuado para almas sensibles:
«Mi querido hijo, no te asustes de lo que voy a decirte. Vamos a hacerte un poco de daño. ¿Ves esas dos tablas? Pondremos tus piernas entre ellas y las ataremos con una cuerda. Después pondremos entre tus piernas las cuñas que aquí ves, y haremos que penetren en ellas a golpes de martillo. Primeramente tus pies se hincharán, saldrá sangre del dedo gordo, y las uñas de los otros dedos caerán todas. Después, la planta de los pies se abrirá, y se verá salir de ellos una grasa mezclada con carne aplastada. Lo cual te hará mucho daño. ¿Sigues callado? Bien, lo que te he dicho hasta ahora no es mas que el principio, aunque bastará para que te desvanezcas Con estos frascos, llenos de diversas sustancias, te haremos volver en sí. Cuando te hayas recuperado, quitaremos estas cuñas, y pondremos estas otras, que son mucho más gruesas. Al primer golpe de martillo, tus rodillas y tus tobillos estallarán. Al segundo, tus piernas se partirán en dos. Saldrá de ellas el tuétano de los huesos y resbalará hasta ese montón de paja, mezclado con tu sangre. ¿No quieres hablar? … Bien, apretad las clavijas».
Realmente estremecedor, sin duda. El fragmento narra el discurso que hace un falso inquisidor a Alfonso, protagonista de la novela. Hay otro episodio de crueldad que se desarrolla entre Alfonso y los cadáveres animados de los dos delincuentes colgados, en los que también se narran horribles torturas, aunque con un cierto aire de humor:
«El otro ahorcado, que me había agarrado la pierna derecha, quiso también martirizarme Comenzó haciéndome cosquillas en la planta del pie que tenía sujeto, pero después el monstruo me arrancó la piel del pie, separó los nervios, les quitó su encarnadura, y el muy canalla se puso a tocar sobre ellos como si fuesen un instrumento musical. Mas como por lo visto no daban un sonido que fuese de su agrado, hundió sus uñas en mi corva, agarró con ellas mis tendones y se puso a retorcerlos como se hace para afinar un arpa. Finalmente, se puso a tocar sobre mi pierna convertida en salterio. Escuché su risa diabólica».
¿Cómo puede un sentimiento doloroso como el miedo transformarse en un sentimiento placentero?
Lo bello y lo siniestro. Eugenio Trías.
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Muy interesante… lo recordé y te lo comparto es un blog que administro… un abrazo
http://teecuento.wordpress.com/2010/01/27/un-puente-sobre-el-drina-de-ivo-andric-fragmento/
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Ufff que escalofriante relato Rubén… casi se puede sentir el dolor. El empalamiento es brutal!
Me hizo recordar a Vlad Tepes, el Empalador.
Saludos.
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buen dia tengas
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