Soñó que el pertinaz dolor en el bajo vientre que ocultó por no importunar a los demás o porque no lo atormentaran, dejaba de acosarlo. Sin resistencia, el dolor desapareció. Soñó que la cocinera Eustolia (oh, la había heredado de su madre, la vieja era maniática) se iba a vivir con su sobrina y que por fin le estaba permitido comer como Dios manda. La casa dejó de apestar a ajo. Soñó el reencuentro con Lavinia, su no olvidada Lavinia, oportunamente libre. El matrimonio se celebró en la intimidad. Soñó que congregaba una vasta antología sobre la inutilidad de la apología literaria. El elogio de los críticos fue unánime. Soñó el número que saldría premiado en la lotería de Navidad. Le costó encontrarlo, pero su fortuna quedó asegurada. Soñó los ganadores de todas las carreras de la próxima reunión en el hipódromo de Palermo. Pero él odiaba las carreras, un tío suyo se había suicidado, etc. Soñó que despertaba. Pero no despertó. Desde hacía algunos minutos estaba muerto.
Eliseo Díaz, Notas sobre el azar (1956)
excelente micro.
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El dormir y la muerte son dos referentes importantes en la literatura. Ayer estuve leyendo sobre esto desde la perspectiva del poeta José Asunción Silva
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