Especial Vampiros: #1 El vampiro en diferentes culturas

Inicio esta semana con un especial que he preparado para todos ustedes, de una de las figuras literarias más importantes y con más seguidores de todos los tiempos: el Vampiro. A lo largo de estos 5 días se publicará un tema nuevo que nos permitirá a todos conocer un poco más sobre este fascinante mito que ha traspasado la barrera del tiempo, y  que además, se ha afianzado con todo derecho no solo en la letra impresa, sino también en el cine, la televisión y en la cultura popular.

Empecemos pues, con esta oscura y lúgubre semana especial…

La palabra vampir aparece en letra impresa en Alemania a principios del siglo XVIII, para designar algo tan dudoso y repugnante como un cadáver que abandona su tumba por las noches para succionar la sangre de los vivos y prolongar así su incierta existencia. Aunque conocemos el nacimiento de esta palabra, no podemos, sin embargo, precisar su origen como figura del imaginario, pues su rastro se va ramificando y perdiéndose en diferentes culturas de la antigüedad.

En efecto. la vaga genealogía del vampiro se pierde en lo más remoto e inmemorial del tiempo. Hacia el 600 a.C., el sabio chino Tszé Chan refiere que un hombre muerto puede convertirse en un demonio temible si su alma rehúsa salir del cuerpo. Algo muy similar ocurre en la extensa y laboriosa demonología mesopotámica, donde abundan los testimonios de encantamientos protectores y de talismanes contra la influencia demoníaca. R. Campbell Thomson recoge ciertas imprecaciones sobre siete «fantasmas que atacan los hogares (…) y se ensañan con los hombres, y derraman su sangre, como la lluvia, y devoran su carne, y chupan de sus venas (…)».

En otra tablilla, conservada en el Museo Británico, aparece un fragmento de una epopeya mitológica que describe el descenso de la diosa Ishtar al país inmutable de la muerte. Cuando llega a las puertas de la morada infernal, la diosa llama al vigilante y lo amenaza con estas palabras: «¡Abre la puerta, guardián, (…) o haré saltar la cerradura y entraré a la fuerza! Haré alzarse a los muertos, para que devoren a los vivos, y les daré poder sobre todos los vivientes».

Los sumerios distinguían tres clases de demonios; los seres medio humanos medio demonios; los demonios propiamente dichos o espíritus puros como los dioses, capaces de propagar epidemias; y los muertos, que no descansan en sus tumbas y se mueven por el aire, sobre el suelo o bajo la tierra. Las características del vampiro comienzan a tomar forma. El elemento erótico surge también muy temprano. En una vasija prehistórica ya encontramos la representación esquemática de un hombre copulando con un vampiro femenino, cuya cabeza ha sido seccionada del cuerpo. Según Montague Summers, la imagen de la cabeza cortada indica una clara intención mágica de conjuro para ahuyentar se presencia. El miedo al vampiro ha dado comienzo. La sangre, el erotismo y la muerte conforman ya los elementos arquetípicos del mito vampírico, y se esparcirán por todo el planeta.

En la tradición hebrea volvemos a encontrar estas mismas características en Lilith y sus hermanas. Esta figura merece un especial interés por ser el nexo de unión entre la demonología babilónica y la hebrea, y más tarde, entre la judía y la cristiana. Lilith es un poderoso demonio alado, de cabellos largos y serpentinos, cuyo cuerpo desnudo y sensual acaba a veces en forma de serpiente, como la melusina medieval. Según la tradición rabínica, Lilith fue la primera mujer de Adán. Tras una violenta disputa con él, lo abandona en un ataque de ira. Yahvé envía entonces a tres ángeles para hacerla volver al redil, pero ella se niega a obedecer y se rebela contra el mandato divino. Y Yahvé la condena y la convierte en un demonio nocturno volador, que ha de alimentarse con sangre. Según algunas etimologías su nombre en hebreo procede de la palabra babilónica Lilîtu, que, a su vez, puede deber su procedencia a raíces sumerias aún más antiguas, como lalu, que significa «lujuria», o lulû, «desenfreno». De ahí su lasciva con los hombres. Además Lilith es peligrosa y despiadada, pues tiene por costumbre robar los recién nacidos a sus madres, para alimentarse con su carne y chupar su jugo vital.

Con rasgos muy parejos encontramos en el mundo islámico una clase de genio jinn, llamado gul, o algola, como tradujo Rafael Cansinos Assens; es decir, procedente de la estrella Algol, conocida como la «estrella del Diablo», Este demonio necrófago frecuenta de noche los cementerios en busca de su frío y apestoso alimento; pero los cadáveres no constituyen su única forma de nutrirse. Como Lilith, su afición a los niños es bien conocida: corre tras ellos con avidez, los desvía astutamente de su camino, y se los lleva a un lugar apartado y solitario para succionar toda su sangre. Cuentan que su apariencia humana es tan verosímil para los sentidos que, a veces, llegan a casarse con incautos y candorosos maridos que un buen día las repudian al descubrir horrorizados sus inmundas costumbres asesinas. En Occidente, el gul nos es familiar por la historia que relata Sherezade la quinta noche de su cautiverio.

Igualmente repulsivos son los espíritus malignos de China que producen la locura o la muerte. Los peores son los vampiros ch’iang shih: animan cadáveres, evitando sus descomposición, pues poseen el poder de formar un ente completo y de reavivarlo a partir de una calavera o de unos cuantos huesos. Tienen ojos enrojecidos y llameantes, garras afiladas y el cuerpo cubierto de un pelo pálido ligeramente verdoso. El melancólico Pu Songling nos dejó en su obra Liao Chai (1679) un memorable cuento sobre esta clase de vampiro.

En la India antigua no es tan frecuente encontrar vampiros con rasgos similares a los occidentales, pero existen los vetalas y los rakshasas, con las mismas características ya mencionadas, aunque los ojos de estos últimos son dos inquietantes ranuras en el rostro.
Entre las innumerables fórmulas que utilizaban los antiguos egipcios en sus largos y elaborados rituales funerarios, existía una que servía para impedir que los cuerpos, mientras el alma se separaba de ellos, no cayeran presas de cualquier espíritu maléfico que pudiera reanimarlos y hacerles salir de la tumba.

 

Fuente: Siruela, J. (2010).
Vampiros. España. Atalanta.

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