Cuando muera
No esperaré que la tierra me acune
No esperaré que el cielo me tome,
Mi alma se dirigirá hacia el ancho,
Profundo, maravilloso, acogedor océano.
¡El mar, el mar!
Cuando yo, tu criatura, haya atravesado el velo
Y descubierto al fin la terrible verdad Divina,
Y cuando Él, con un frío gesto de Su mano,
Me haga señas desde las mudas puertas del Cielo,
Llamándome a la desolación de una tierra desconocida,
Entonces tú, Madre Mar, envuélveme,
Envuélveme y que tus brazos acunen
Mi alma estremecida hasta que Dios aplaque su ira.