Edgar Allan Poe
(1809 – 1849)
El punto siguiente que considerar era el modo de establecer la comunicación entre el amante y el cuervo: el primer grado de la cuestión consistía, naturalmente, en el lugar. Pudiera parecer que debiese brotar espontáneamente la idea de una selva o de una llanura; pero siempre he estimado que para el efecto de un suceso aislado es absolutamente necesario un espacio estrecho: le presta el vigor que un marco añade a la pintura. Ademas, ofrece la ventaja moral indudable de concentrar la atención en un pequeño ámbito; ni que decir tiene que esta ventaja no debe confundirse con la que se obtenga de la mera unidad de lugar.
En consecuencia, decidí situar al amante en su habitación, en una habitación que había santificado con los recuerdos de la que había vivido allí. La habitación se describiría como ricamente amueblada: con objeto de satisfacer las ideas que ya expuse acerca de la belleza, en cuanto única tesis verdadera de la poesía.
Habiendo determinado así el lugar, era preciso introducir entonces el ave: la idea de que ésta penetrase por la ventana resultaba inevitable. Que al amante supusiera, en el primer momento, que el aleteo del pájaro contra el postigo fuese una llamada a su puerta era una ida brotada de mi deseo de aumentar la curiosidad del lector, obligándome a aguardar; pero también del deseo de colocar el efecto incidental de la puerta abierta de par en par por el amante, que no halla mas que oscuridad, y que por ello puede adoptar en parte la ilusión de que el espíritu de su amada ha venido a llamar… Hice aquella a noche fuera tempestuosa, primero para explicar que el cuervo buscase la hospitalidad; también para crear el contraste con la serenidad material reinante en el interior de la habitación.
Asi, también, hice posarse el ave sobre el busto de Palas para establecer el contraste entre su plumaje y el mármol. Se comprende que la idea del busto ha sido suscitada únicamente por el ave, que fuese precisamente un busto de Palas se debió en primer lugar a la relación íntima con la erudición del amante y en segundo termino a causa de la propia sonoridad del nombre de Palas.
Hacia mediados del poema, explote igualmente la fuerza del contraste con el objeto de profundizar la que seria la impresión final. Por eso, conferi a la entrada del cuervo un matiz fantástico, casi lindante con lo cómico, la menos hasta donde mi asunto lo permitía. El cuervo penetra con un tumultuoso aleteo.
No hizo ni la menor reverencia, no se detuvo, no vaciló ni un minuto;
pero con el aire de un señor o de una dama, colgòse sobre la puerta de mi habitación.
En la estancia siguiente, el propósito se manifiesta aun mas:
Entonces aquel pájaro de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad
de su fisonomía inducia a mi triste imaginación a sonreír:
«Aunque tu cabeza», le dije, «no lleven capote ni cimera,
ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo partido de las riberas de la noche.
¡Dime cuàl es tu nombre señorial en las riberas de la noche plutónica».
El cuervo dijo: «Nunca más»
Preparado así el efecto del desenlace, me apresuro a abandonar el tono fingido y adoptar el serio, más profundo: este cambio de tono se indica en el primer verso de la estancia que sigue a la que acabo de citar:
Mas el cuervo, posado solitariamente en el busto plácido, no profirió…, etc.
A partir de este momento, el amante ya no bromea; ya no ve nada ficticio en el comportamiento del ave. Habla de ella en los términos de una triste, desgraciada, siniestra, enjuta y augural ave de los tiempos antiguos y siente los ojos ardientes que le abrasan hasta el fondo del corazón. Esa transición de su pensamiento y esa imaginación del amante tienen como finalidad predisponer al lector a otras análogas, conduciendo el espíritu hacia una posición propicia para el desenlace, que sobrevendrá tan rápida y directamente como sea posible. Con el desenlace propiamente dicho, expresado en el jamás del cuervo en respuesta a la ultima pregunta del amante -¿encontrara a su amada en el otro mundo?-, puede considerarse concluido el poema en su fase mas clara y natural, la de simple narración. Hasta el presente, todo se ha mantenido en los limites de lo explicable y lo real.
Mañana la ultima parte de este texto de Edgar Allan Poe.
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